Todo el Mediterráneo ha sido históricamente, y sigue siendo, un gran productor de corcho. Por esa razón, Emiliano López y Mónica Rivera decidieron emplearlo cuando les encargaron dos casas para tres generaciones de una familia en la Costa Brava. Las viviendas están en una zona de alcornoques de Palafrugell, una localidad que tiene incluso un museo dedicado al corcho.
Así, en un solar con gran pendiente entre pinos y alcornoques, los arquitectos buscaron poner a prueba la protección térmica que ofrece el corcho revistiendo las casas que habían construido con madera contralaminada de pino. De larguísima duración y con un mantenimiento casi nulo, son ya varios los arquitectos que han investigado el corcho como material sostenible. Durante años lo hizo Patxi Mangado. Lo empleó en la cubierta del Pabellón español de la Expo de Zaragoza. Ahora, López y Rivera han sabido utilizarlo con mano de esteta para convertirlo en un recubrimiento que además de solucionar cuestiones técnicas -como el aislamiento y el mantenimiento- es capaz de evocar múltiples sensaciones apelando a la memoria, la sorpresa y al tacto más que a la vista.